martes, 2 de octubre de 2007

Niñas ruandesas, el mundo es un pañuelo.

Nyirakaranea, Uwimanimpane, Ntirenganya, vengan chicas a tomar la sopa; ordenen su pieza, hagan los deberes, apaguen por favor ese televisor. En la pantalla el noticiero informa y vemos sus ojos. ¿Serán grandes? ¿O los cuerpos están tan desnutridos que sus ojos parecen gigantescos? Los ojos son muy importantes en las personas, hay que mirar a los ojos, una mirada franca se reconoce enseguida y genera confianza, desconfiemos de los que agachan la cabeza o miran para otro lado. ¿O serán ojos tan llenos de terror como ellas saben? Tres niñas, seis ojos para ver, todo un muestrario, tampoco es cuestión de tener que andar mirando los dos millones de ojos del millón de refugiados hutus que ya se han muerto. Hubo un médico argentino que fue el único que quedó en zona de combate, qué talento el nuestro para estar siempre presentes, el tordo allá con las pibas, es casi como un embajador que nos enorgullece. Esto de Ruanda y Zaire es un lío, ¿quién lo entiende? Es difícil hasta imaginárselo en colores aunque la tele ande bien; uno se piensa que esas cosas pasan solamente en blanco y negro, ¿será causa y efecto de las fotos de los diarios? Cuánto budista que todo lo comprende, dan ganas de probar un om bien largo. ¡Chicas vengan! No son horas estas de andar solas por la calle, puede pasar cualquier colectivero que como todos está loco y no sería nada lindo que las pisase, tuviéramos que amputarles las piernitas o recoger sus ojitos reventados del asfalto en la avenida de los Incas.

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