lunes, 21 de mayo de 2007
La captura del instante -VIII-
Él ausente de ansiedad. Ella medida en su ubicación. ¿Hasta
qué punto es posible sostener un diálogo sin que se torne
vacío y con qué se llena ese vacío? La muerte aparece como
un tema que sostiene una mentira. El silencio también. Comienza
a verse en él su necesidad como una parte de ella. Y luego,
hábilmente, él vuelve a su soberbia. Se hace cómica la
situación al advertirse sutilmente que compiten por
quién morirá primero. Ella hábilmente, le hace preguntas,
se somete a él. De ese modo lo eleva, como si temiera que la
ausencia de respuestas la convierta en par. Él se siente sabio,
pero sabe que no es cierto. Comienza el fin, un aparente absurdo
con una argumentación coherente. Él con su traje negro transpira.
Ella se desnuda de su vestido blanco. La fuerza del rostro de él,
su descomposición. La juventud de ella. ¿Qué querés de mí, niña?
Quiero bailar. Me duelen mis pies, viejos, dice él. ¿Qué está
viendo, ahora, ahora que se está muriendo?, quiere saber ella.
¿Creías que iba a sentarme?, se burla él. Quiero la verdad, dice
ella. No hay verdad, acaban de matar a tres soldados, yo di la
orden, vi cómo los mataban, cómo morían, recuerda él. ¿Qué
querés, niña, ahora, conmigo? Ella le pide que le cuente, por
favor. El dolor, es mucho el dolor, es inefable, dice él, y se
agita. Ella quiere saber si él puede oler, si puede ver. No dejes
de tocarme, ruega él. ¿Puede respirar?, pregunta ella, ocultando
la risa. Si, a través de tus dedos; no te alejes. Ella vuelve a pedirle
que le cuente. Él se muere. Ella continúa acariciándolo.
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