domingo, 20 de mayo de 2007

La captura del instante -VII-

El padre regresa a visitar a su hija después de muchos años de no verla. Anda alrededor de los sesenta, sigue siendo seductor, ha sido rico y es pobre. La hija tiene veinticinco, trabaja con piedras preciosas, las corta, es un trabajo ilegal, son piedras robadas. Hace diez años que no se ven, desde la fiesta de quince, que fue magnífica. Después el padre, sin explicación, se fue. Ella le dice que la sorprende verlo. El padre expresa euforia. Ella al principio lo rechaza, pero él se excusa. Tuve una amnesia, dice, y luego dice que fue secuestrado en Orán, y luego que mató a un hombre en San Pablo. Y dice que sea cual fuere la verdad está orgulloso de todos sus fracasos y de tantos años empeñados para fracasar. La hija acepta las excusas pero le reprocha que no haya logrado ser un héroe, porque no se ha muerto. No estar al lado mío y seguir vivo te convierte en un idiota, dice. El padre dice que es cierto, que se es un héroe cuando no se teme morir por alguien, y yo tenía miedo de morir para poder volver a verte. Ella le contesta que es un canalla, y un falso. Él ruega. Yo te di libertad, dice. Me diste abandono, dice ella. No debe haber nada peor que envejecer sólo, le dice, y le pregunta si volvió porque se está muriendo. Lo echa. Él no se va. Ella le cuenta de su matrimonio feliz y de sus amantes, su libertad por ser promiscua. No se quiebra, pero él de todos modos pretende ampararla y ella se lo impide. El padre descubre que ella tampoco es como él hubiera querido que fuera. Ninguno de los dos es como quisiera el otro. Él le pregunta si se acuerda de París. Ella contesta que sí, y habla de la tarde en el hotel cuando él la vio masturbarse y ella lo hizo pasar. Después hablan de cosas triviales, de otros hijos y una lámpara.