martes, 25 de septiembre de 2007

Carta de un muerto inminente

Querida: Voy a contarle. Conocí antes la duda que la certeza. No tuve siquiera el beneficio de la ceguera inicial. Apenas pude ver, ví, con la mirada girando hacia cada nuevo hallazgo, opuesto al anterior. Así ando, entre la calma de los inocentes y la inmutabilidad de los que no tienen fe. En cada despertar sé que moriré ese día, y esa certeza me distingue y me libera de todo compromiso: no soy el responsable de mi muerte. Entonces el afán desaparece y el ansia de absoluto se vuelve fútil. No hay misterio que pueda invocar porque ya no hay misterio, y la duda ignoro para afirmar la sentencia que no apelo: todo es duda. A veces me hago mi única pregunta: ¿Y si de pronto todo fuera cierto y los indicios llevaran al conocimiento, y lo que pasa significara algo más que la copia de lo que sucede, y sucediesen los atisbos que la fe intuye, y la evocación del origen y el ansia del arribo fuesen memoria viva y certeza futura? "Yo vivo en la barrio de las mentiras donde hay un gato que no tiene cola un mate sin bombilla y un pájaro sin pico que canta igual". Ojalá, palabra que viene del árabe y significa "quiera Dios", yo pueda escribir alguna vez un poema como el que escribió mi hija cuando tenía seis años. Mi hija es una joven que lee y que escribe poemas sin otro motivo que el puro acto de jugar con el lenguaje. Es una tarea a la que se aplica con una soltura que la hace feliz. En cambio yo, que fui educado con Las Sagradas Escrituras, escribo con el peso de una orden; pero más desdichado andaría si no escribiera: me es inevitable. De todos modos sé muy bien, aunque lo olvide constantemente, que no hay escritura sagrada; hay solamente escritura. Mi hija y yo somos distintos y, claro, nuestros poemas también, porque la poesía es antes que nada una experiencia personal, tan íntima y delicada como para entender que hoy en día sean muy pocos los interesados en compartirla. Mientras todos necesitamos salud, trabajo, educación o lujos, los poetas y los lectores además necesitamos de la poesía, porque hay allí un acto de fe que no podemos perdernos, aunque ese acto, a veces, sea negarla. Le sigo contando. Una niña de tres años me dijo un día: "Dios es nadie". Tal vez es cierto y Dios sea nada más que un tema para creer, para hablar o para escribir, con la ilusión de estar un poco más cerca de lo esencial, que por otra parte, tal vez tampoco exista. Tal vez Dios sea sólo un tema necesario, que como la poesía para mí, desde siempre se hizo inevitable. Un amigo poeta, que creía en la poesía pero no en Dios, me dijo un día: “O soy eterno o ya estoy muerto. Y eterno no debo ser, a menos que yo sea una especie de Jesús que no lo sabe y que se va a enterar en la otra vida. Resucitaré? ¿Vos vendrías a ser Juan o Judas? Elegí el personaje que más te guste en la única versión de la vida de Cristo donde el protagonista no sería él”. Yo nunca sabré si fui Juan o Judas, pero estoy seguro de que mi amigo se alivió de su sarcasmo y su desesperanza cuando poco antes de morir escribió un elogio a la duda. Un cura al que no le gustaba debatir me dijo un día: “La fe es un don natural, nunca una alteración psicológica. Hoy en día a los hombres de fe se los juzga como próximos a la psicosis o como a cobardes ante el terror que produce la evidencia de una eternidad que la razón jamás va a poder explicar. No hay nadie más valiente que un hombre de fe porque acepta y sostiene la herencia Divina sin pervertirla.” Un tiempo después el cura se cansó de debatir defendiendo la fe y se enamoró de una psicóloga con la que ahora tienen tres hijos a los cuales les enseñan que las religiones son mecanismos del poder. Una mujer me dijo: “Serán las cosas de Dios o del azar, pero es mía tu perfección.” Y yo, claro, no le creí, y no me enamoré. Leí que O'Neil dijo: “Todo arte dramático carece de interés si no se trata de las relaciones del hombre con Dios”. Yo no creo que sea verdad. Creo sí, que las relaciones del hombre con Dios, sean las que fuesen y aunque lo nieguen, son siempre y para todos una experiencia personal, como la poesía o el amor.