viernes, 11 de mayo de 2007
La captura del instante -lV-
El viento mueve. Anda por las cosas. Se hace evidente en las ramas
de los plátanos. La mirada inquieta de una mujer extraña no se turba
cuando el cabello le cruza la cara.
En sus manos tiene abierto un libro de lingüística que ahora
no está leyendo.
¿Mira en verdad o piensa?
¿O ni mira ni piensa y acaso deja que representaciones antiguas
le sucedan?
¿Y si estuviera intentando imaginar para sí otra vida? No.
No parece insatisfecha.
Es una mujer anclada en un saber lejano y no busca que le sean
correspondidos sus deseos.
Hay un niño que es su hijo.
Una ráfaga levanta la arena y el niño festeja. Luego gira y
exclama el principio de un llanto que decide detener.
Ve a la mujer y recuerda su confianza en ella.
Nada malo pasará.
Una paloma camina cerca. Se complace en no volar.
El niño se acerca y la paloma no se inmuta.
Por el contrario, avanzan uno hacia otro.
Suavemente, como si fuera el experimentado dueño de un
oficio único, el niño abre sus manos, y delicada la
paloma se deja tomar.
La alza.
La emoción del niño es tan inédita como la totalidad
de su gesto.
Sube sus brazos, abre sus manos, y en el mismo acto
impulsa a volar a la paloma.
El viento coincide con su movimiento, todo de sí lo eleva,
la paloma salta hacia el aire, el viento corre, la paloma es
ahora un punto cada vez más lejano en contraste con la
ligera claridad de este atardecer.
El niño busca entonces afanoso la mirada de su madre
que sigue inmóvil con las hojas del libro agitadas y confusas,
ignorantes del viento, del niño, de la paloma,
ausente de esa escena de la vida.
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