miércoles, 27 de junio de 2007

La captura del instante -XIV-

Camina su padre; se sienta a su lado. La tarde es una calle desierta y sola en primavera. Son inefables su silencio y su mirada, y su pesadumbre es la de un hombre vencido. El niño sabe que su padre volverá a intentar de nuevo todo y anhelará otra vez el mar delante, su nombre en las memorias, la prisa de la infancia, y el porvenir de su niñez para ser alguna vez dos hombres. El niño sabe que su padre ahora le oculta su desdicha. Camina su padre; se sienta a su lado y el niño se abraza y reconforta. Los dos esto saben; pero el padre ignora el instante final, inevitable, que pronto ha de vivir.

La captura del instante -XIII-

Se empeña en conocerla. Va a ella. Su lapicera azul le escribe que ha llegado y todo su pasado viene a cuento como huellas que lo invitan. Va- mos, dice, dañado por el frío pero nuevo. Una his- toria de amor es siempre un imposible y nunca es posible no vivirla.

Poema

a mi madre Las consecuencias de los sucesos lejanos, la rama ahora seca, mi pie trepando, el detalle del aceite del olivo, la alegría de la tarde entregada a los suspiros. Y con tu anuencia el porvenir y el celo con que protegías mi sonrisa; delicadamente un pájaro queda volando por mis ojos mientras seguimos abrazados en la orilla.

miércoles, 20 de junio de 2007

La captura del instante -XII-

El anciano ha logrado entender que todo lo aprendido lleva consigo la promesa de un engaño y que únicamente desaprendiéndose podrá ir yendo hacia un final donde al menos quede el misterio de un improbable, posible principio. Alguna vez fue un artista fuerte. Hoy su vitalidad perdida es un recuerdo que no lo amarga. Sin embargo el anciano no ha pintado todo lo que anhelaba pintar, pero ese anhelo está vivo todavía y por eso sus ojos se mueven incansables aunque sus manos tiemblen. No lo hace sufrir que sus manos le impidan pintar, porque se sabe infatigable. El anciano ha visto la entronización del arte, una ceremonia que requiere de una muerte previa, lo que él llama un festejo inmóvil. Recuerda las paredes de los grandes museos como altares muertos, y guardando la costumbre, dioses que se han ofrecido a sacrificios vanos y rigen una fe olvidada. Cientos de cuadros, trazos, estilos que suponen la revelación de épocas, los procederes de los tiempos el anciano ha visto. Son cuadros que han sido expuestos para cumplir ese cometido de modo superficial, datos acumulados en almanaques, días no vividos. La ley, dice, es allí el sitio, y el espacio y la luz son formas de una rigidez que anula todo intento de las imágenes por exceder sus límites. El anciano ha visto a las multitudes avanzar felices, arrogantes, víctimas de la socialización de la ignorancia. Las ha visto detenerse unos segundos ante los cuadros, pero afirma que no sucedió en esos encuentros revelación alguna del instante. Así, cuenta, la Gioconda es alumbrada brutalmente por una metralla de flashes fotográficos, encuadrada al fondo y a un costado de quienes sonríen para la foto. No hay entonces enigma ni sosiego ni desasosiego en la tela. Hay sólo una tela pintada, dice. Apenas algún joven pintor la observa para hallarla. Y entonces el anciano sonríe, continuado.

jueves, 14 de junio de 2007

La promesa del instante -XI-

El cómico de la televisión no lo hace reír porque cuenta su chiste en un idioma que no comprende. Aún así imagina que es gracioso: circunspecto, le bastan pocos movimientos para causar desastres a su alrededor; y sin embargo no es filosófica su gracia, no crea el caos como un desafío. Es un cómico sin intención, cuyo asunto indescifrable es contar la historia de su estar allí como un personaje que el orden prevé incluso en su débil conocimiento. La mujer que a su lado también lo mira tampoco se ríe. Él cree que ella se da cuenta de que su verdadero interés se dirige a ella; él quiere creer que a ella le sucede lo mismo con él. No conocerse hace ideal la situación: quieren ocultar un impulso mutuo, pero como siempre la voluntad muestra sus resquicios y ambos perciben la posibilidad de un destino común. Este deseo es amor porque todo deseo es un deseo de amor. Los dos continúan calladamente ignorando sus voces. Él puede olerla y deduce que ella a él. La voz del cómico, sus palabras sin sentido, evitan el silencio incómodo, los privan de la violencia de tolerar no decir nada y los desembarazan de la compulsión que les impondría al menos un malestar sin posibilidad de resolución. Desconocida para él, ya ama su cara de mujer que ya no es joven, la fragilidad de sus movimientos, su manera de cruzar las piernas, sus pies livianos. El cómico gira apenas y arroja al suelo un jarrón que estalla. La mujer, a su costado, baja la vista queriendo que él no ignore su desesperación. El viejo hotel ahora es un posible hogar.

domingo, 10 de junio de 2007

La captura del instante -X-

Llueve ahora y la tarde cae serena. Una anciana camina y observa, y sin embargo su imagen se inmanta de una antigua indiferencia. Ella está en el paisaje y fuera del paisaje, como si pudiera calcarse una bella muñeca en la niña que la acuna; ser cada una, una, y a la vez, una ser ambas. No parece ser aquí este momento. Se diría más bien que está lloviendo y cayendo esta tarde en otro sitio, en uno de esos lugares que resuenan exóticos en la imaginación. No es aquí Buenos Aires; es Orán o El Cairo, o un pueblo perdido de la puna desde donde la anciana no ve las montañas, porque han quedado tapadas por las nubes que se han fijado como en un cuadro. Se mueven ramas, pero no existe el viento.

La captura del instante - IX-

Las grietas serán luego la mención de un poema, un juego asombroso de formas macabras. Ahora suenan como un enjambre que ha elegido la delicadeza. Es un susurro que ellos oían sin advertirlo, atentos como estaban a la situación para la cual se habían decidido. Aún no se conocían. Se habían visto, se habían gustado, habían pronunciado palabras, pero aún nada conocían del otro, de su intimidad más propia. Se besaron. Ese desliz los acercó. Ninguno de los dos opuso resistencia y sin embargo la ausencia de obstáculos no los apremiaba. Como dos ancianos a punto de abrazarse para después morir ellos lograron la inmovilidad y el acercamiento, y la inútil, inútil ilusión.

martes, 5 de junio de 2007

Poema

Recuperas la nostalgia como un amanecer que alumbra la noche de tu infancia, y, calladamente, con un silencio que te nombra con la precisión que ningún eco podría, se niega tu infancia a ser recuperada. Hijo de esa nostalgia seca eres, estéril para ser de ti tu padre la descendencia del que fuiste es imposible.

sábado, 2 de junio de 2007

Poema El mar se apresuró la tarde en que te fuiste; debió esperar prudentemente a que en la orilla secos nuestros pies hurgaran hasta dónde habría sido posible esforzar el entierro. Pero el mar no tuvo piedad ni fue pródigo: prodigar no es el acto brutal de derramarse sobre la indefensión de tus temblores y los míos agobiados por el frío en el alma, y condenados. ¿Nos lamían el aire las gaviotas esa tarde o es tan sólo mi deseo de testigos mudos: sombras que cruzaron en silencio de modo que la inmovilidad fuese aún más quieta? El instante es la única medida, única prueba de todas las sospechas, la evidencia fatal y yo sé ahora que las sombras cruzando por tu cara fueron la certeza que no tuve antes ni tendré después. Por eso es imprescindible que hayan estado las gaviotas o al menos nubes breves o demonios o lunas cruzando entre el sol y tu cara como una seda leve porque yo no soy capaz de soportar que no haya sido cierto. ¿A quién le importa la saliva en la boca el filo de un puñal o la amnesia de un muerto si no hay cómo limpiar la herida con la lengua ni cómo suponer un recuerdo o inventarlo? La noche es la amenaza más perfecta porque cumple cada día y ennegrece y donde estabas vos ya no se ve más que la oscura mancha de nada a donde se ha ido todo. ¡Ay, el instante exacto y el haberlo perdido ay, el maldito que soy por no haberlo aferrado ay, de mi amor mezquino, pobre de fe, mendigo ay, de mí, ay, de mí, por no haberte matado! El mar, hacha sin pena, ajeno a mi desdicha mojó tus pies, mojó mis pies, nos regresó a la historia que olvidábamos el instante en que la sombras te cruzaban y partiste de mí como se quiebra un tallo.