domingo, 10 de junio de 2007

La captura del instante -X-

Llueve ahora y la tarde cae serena. Una anciana camina y observa, y sin embargo su imagen se inmanta de una antigua indiferencia. Ella está en el paisaje y fuera del paisaje, como si pudiera calcarse una bella muñeca en la niña que la acuna; ser cada una, una, y a la vez, una ser ambas. No parece ser aquí este momento. Se diría más bien que está lloviendo y cayendo esta tarde en otro sitio, en uno de esos lugares que resuenan exóticos en la imaginación. No es aquí Buenos Aires; es Orán o El Cairo, o un pueblo perdido de la puna desde donde la anciana no ve las montañas, porque han quedado tapadas por las nubes que se han fijado como en un cuadro. Se mueven ramas, pero no existe el viento.

La captura del instante - IX-

Las grietas serán luego la mención de un poema, un juego asombroso de formas macabras. Ahora suenan como un enjambre que ha elegido la delicadeza. Es un susurro que ellos oían sin advertirlo, atentos como estaban a la situación para la cual se habían decidido. Aún no se conocían. Se habían visto, se habían gustado, habían pronunciado palabras, pero aún nada conocían del otro, de su intimidad más propia. Se besaron. Ese desliz los acercó. Ninguno de los dos opuso resistencia y sin embargo la ausencia de obstáculos no los apremiaba. Como dos ancianos a punto de abrazarse para después morir ellos lograron la inmovilidad y el acercamiento, y la inútil, inútil ilusión.