martes, 2 de octubre de 2007

La bombonera

Antes, en el terreno de juego no había nada. Seguramente habrá pasado por allí algún indio niño a zancadas dichosas hacia el río sin manchas para volver y jugar con barro y, ¿por qué no?, gritar de risa. Ahora está el estadio, imponente vasija, para contener la alegría y que no se desparrame por todos lados; al fin y al cabo, la felicidad es un espejo casi circular y circulan setenta mil kilowatios y desde chicos nos lo advirtieron: la electricidad es contagiosa. ¿Se puede describir una jugada? ¡Callensé por favor los relatores! El relato es el hecho, son piernas y reflejos, cosas que empiezan algunos y otros completan con la mirada: un buen acierto siempre lo termina el hincha. ¡Silencio! ¡Silencio! ¡Que se escuchen solamente las respiraciones! ¡Atención! ¡Oigan palpitar, tiembla el cemento! Puede escucharse el aletear de una mariposa feliz y ¿qué importa si breve? ¡Adelante, ahora si, gritemos gol! Cada vez que sucede sucede a perpetuidad y a veces es lo mejor que podemos recordar ante tanto olvido imperdonable. ¡Vamos! ¡Ya mismo volvamos al partido! ¡Somos guerreros indios desatados! Bravo. Por favor señora, devuelva la pelota, que hay que seguir jugando.

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