jueves, 30 de agosto de 2007

Hablá.

¿Cómo sé yo que no estoy muerta? No, si te estás riendo no te rías. Siempre te reís cuando salgo con estas cosas, como la vez que se me ocurrió que todo está adentro, y que por eso es tan difícil comunicarnos o hacerle el bien a los demás, porque como todo está adentro, todo, hasta el universo está adentro de algo, nosotros también y al estar adentro se nos hace casi imposible sacarnos afuera. No estaba nada mal mi idea. Vos fijate que el bien es siempre algo para afuera, en cambio el mal, no, el mal es para adentro. Parece que se hace afuera, pero el que hace el mal daña a otro que está afuera, está bien, ya sé, pero igual se puede distinguir que hace el mal para adentro suyo, para disfrutarlo solo. En cambio el que hace el bien lo hace de verdad para afuera, como si se sacara algo suyo y lo diera. Igual no me importa si te estás riendo o no. En todo caso si yo me pregunto si estoy muerta o no es cosa mía y tengo derecho. ¿Qué? Si hay algo a lo que todos tenemos derecho es a saber si estamos muertos o vivos, ¿no? Yo sé que es vulgar expresarlo así y que seguramente miles de filósofos geniales se preguntaron lo mismo y escribieron grandes libros al respecto, pero yo, acá, ahora, porque lo decido y tal vez porque no puedo evitarlo me pregunto, ¿cómo sé que yo no estoy muerta? ¿Ves?, si no puedo verte ni me contestás, tampoco puedo saber si estás o no, y por lo tanto la posibilidad de que no estés existe, con lo cual yo estaría sola, y sola no tengo manera de confirmar si estoy viva. Bueno, está bien, siento la arena todavía tibia ahora, y oigo el ruido de las olas que vienen y se desvanecen, me salió una linda frase, la palabra desvanecer siempre me gustó, siempre la asocié a un encantamiento y no a un desmayo, y también puedo ver el cielo estrellado que no se desvanece, y hace un rato pasó una estrella fugaz y yo pedí tres deseos que no incluyeron no morir inmediatamente después. Debo aceptarlo, debés o deberías aceptarlo, todo esto que siento, oigo, veo ahora no prueba en lo más mínimo que yo esté viva, tal como yo considero que se está vivo o que es estar vivo. O sea, perfectamente recuerdo que estar viva para mí se confirmaba porque en la realidad que me rodeaba había personas, que más o menos literalmente o no, me lo decían de un modo u otro. Por ejemplo, con el más chiquito de los gestos ajenos, yo sabía que mi existencia era un hecho. Un niño que pasó a mi lado una tarde mientras lloraba y era arrastrado por su mamá, de pronto giró y dejó de llorar por un instante para fijar sus ojos en los míos. Fue apenas un instante porque su mamá lo arrastraba con fuerza y brutalmente se lo llevó. No, no, no. No hablo de nada misteriosos ni esotérico. No pretendo decir que la mirada con el niño fue producto de una experiencia religiosa ni de nada parecido. Al contrario. El niño me miró porque cuando yo lo vi venir de frente me dio ternura y pena que llorara y entonces le guiñé un ojo, así instintivamente casi, y al cruzarnos los dos giramos para seguir mirándonos un segundo más. Lo que quiero decir es que ese momento fue real en el sentido de que cuando lo viví, yo supe que en ese momento yo estaba viva. No me preguntes por qué, no voy a hacer falsa psicología y a suponer que ese momento fue trascendente para mí porque en realidad yo quería tener un hijo y estaba frustrada porque no fue así, y tampoco porque me identifiqué con el niño porque a mí también mi mamá me pegaba en la calle y en público cuando yo era chica. No. Ni mamá a mí no me pegó nunca y tampoco sé si la mamá del niño le había pegado. Por ahí el nene era un caprichoso insoportable que lloraba porque qué se yo. Lo que yo sé es que ese instante para mí fue muy trascendente, y que ahora que lo recuerdo también. Y no te creas que no me doy cuenta de que estoy diciendo “recuerdo” y que si digo “recuerdo” es porque debo estar viva, porque los muertos no recuerdan. Me doy perfectamente cuenta de todo. Dejáme decirte que digo “recuerdo” porque es la sensación que tengo, y, está bien, es cierto, es absolutamente idéntica esta sensación de “recuerdo” al acto de recordar. Pero nada me asegura que en verdad yo no esté muerta, y que ese proceso mental pero también espiritual que estando vivos llamamos “recordar”, estando muertos no sea igual. O por ahí, inclusive, es más que igual; quiero decir que por ahí, recordar ahora es más real de lo real que eran los recuerdos cuando yo estaba viva, y es por eso que ahora bien yo podría estar muerta, y no estar recordando sino simplemente trayendo desde el espacio-tiempo en que las cosas sucedieron, lo que sucedió. Claro que no se trata de que ese “traer” sea literal. Siempre igual con vos: las cosas no son literales, por lo menos no siempre. No es un “traer” ni literal ni absoluto; no es un acto. Porque si fuera así entonces cada muerto reabriría su vida, digamos, haciendo que los sucesos se repitan y de esa manera podría hasta alterarlos. No, yo no hablo de ese tipo de intervención de los distintos planos de las supuestas realidades, tipo película o cuento de ciencia ficción, o, ¿por qué no?, hasta algún concepto mal aprendido que pueda basarse livianamente en Einstein. Yo hablo sencillamente de que estando muerta, bien puedo capturar en un espacio imaginario algo que sucedió, que no necesariamente está en mi cerebro, pero que yo lo percibo en mi cerebro. ¿Cómo sé que no estoy muerta? O más bien debería decir, ¿cómo sé que no soy una muerta? Porque si de hecho esto que me pasa ahora, viva o muerta, me está sucediendo, si me estuviera sucediendo estando yo muerta, estaría yo siendo una muerta. Porque el concepto de “estar muerto” viene de la mirada que tienen los vivos acerca de los muertos. Nadie dice: mi papá es un muerto. Dicen: mi papá está muerto. Y el “está” ahí, yo no soy semióloga pero me doy cuenta, adquiere un carácter de concepto rígido, inmutable, una significación que subyacentemente afirma que ese “estar” es definitivo y a la vez inmodificable. De acuerdo, es muy posible que los muertos no resuciten y que Lázaro y todos los demás sean mitos, pero que dejar de vivir sea definitivo e inmodificable para la realidad de los vivos no quiere decir que desde la realidad de los muertos las cosas sean así. De hecho el budismo cree en reencarnaciones y planos o etapas, no sé muy bien, y el catolicismo en el cielo, el infierno y en el purgatorio, justamente un lugar de paso, y todas la religiones en algo más o menos parecido, porque qué sentido tendría una religión que dijese: señoras y señores, nosotros creemos que después que nos morimos se acaba todo. Más bien eso lo puede decir un filósofo ateo o un científico ateo, o un ateo liso y llano. No estoy metiéndome en camisas de once varas o siete varas, nunca supe muy bien cómo es el refrán; yo sé muy bien que no sé nada de filosofía ni de religión ni de ciencia. Nunca supe, y siempre fui una persona más bien cómoda con su ignorancia; nunca me dio culpa y en general fui conciente de mis límites como para poder dedicarme a disfrutar mi vida sin la sensación fea de que no era yo una persona preparada. Lo era. Yo vivía armónicamente preparada para la clase de vida que me gustaba: trabajaba en algo que no me agotaba y donde más o menos la pasaba bien, tenía un novio muy buen tipo, alguna vez iría a tener hijos, pero tampoco era una obsesiva con eso, era yo una buena hija y hermana, buena amiga de mis amigas, que nada me sobrara y que nada me faltara me dejaba contenta. No entiendo qué hay de malo en ese supuesto término medio, mediocridad dirás, mas aún teniendo en cuenta que la palabra mediocridad viene de medio, supongo, estoy segura que refiriéndose a la mayoría de las personas. ¿O qué pretenden los pretenciosos? Y sin embargo yo que nunca fui pretenciosa y que sigo sin saber nada de religión ni de filosofía ni de nada, ahora, no sé por qué, me siento totalmente autorizada como nunca me sentí, para afirmar que yo no sé si no soy una muerta. Y si me pasa tal grado de compenetración y afirmación de mi misma, como mínimo tengo que permitirme sospechar que es probable que sea verdad, ¿se entiende? ¿Podés decir algo al menos? ¿No vas a contestarme? ¿No pensás hablar? ¿Vas a ser tan cruel de dejarme eternamente con la duda?

martes, 21 de agosto de 2007

La captura del instante XX

La niña entra corriendo y casi sin detenerse le dice al padre que su memoria se enojó toda. El padre complacido por lo que imagina una frase graciosa, pero sin poder evitar ese tipo de sonrisa que delata en todo adulto cierta condescendencia hacia los niños, le pregunta por qué. No sé, solamente se enojó y se fue, contesta la niña. El padre vuelve a sonreír y sigue trabajando. La niña se acerca aún más, lo toma del brazo y haciéndolo girar para que la mire, le dice que cuando no se acuerda de algo es porque su memoria está enojada, y que siempre se enoja con cosas sin mucha importancia, por ejemplo ayer su memoria se olvidó en dónde puso los patines, le cuenta que sufrió un rato, pero después se acordó que cuando se olvida que se olvidó de algo en seguida lo vuelve a recordar, y al rato encontró los patines, y que en cambio hoy su memoria se enojó toda, repite. No te entiendo, hija, le dice el padre. ¿Por qué me decís hija?; ¿yo soy tu hija?, le contesta la niña, preguntando. Entonces al hombre se le borra la sonrisa y se queda sin saber qué decir mientras mira a esa niña que no conoce.

Poema

Cuando aquella mañana la pura niebla anduvo entrecejos de sol aparecieron tiesos, promiscuos caracoles babearon por tu espalda y no dejó de amarte la florecida muerte. La nube, cripta más baja que las otras dejó una caravana de olvidos que no cesan de envanecerse, y siguen viniendo todavía sin amenazas rotas a proteger tu miedo. Pródigo el día, cierto, de todo te hizo libre y de ser otra vez los recuerdos de ahora, susurros que se fueron, anhelos míos tuyos, para dejarte a salvo, indiferente y nueva.

La captura del instante XIX

Se despierta y él no está. Es su hija la que duerme a su lado, la que se quedó cuidándola. Aun no amaneció, pero no le importa. Antes no le gustaba despertarse en medio de la noche, tener que esperar que se haga el día. Ahora sabe que ya no importan los minutos, las horas, todas las horas, quizá los años que pasará esperando. Sabe también que desde aquí en más no espera nada. Será apenas un transcurrir de sí misma hacia sí misma, un andar por ella, el mentiroso movimiento donde sólo habrá quietud. En otros, no en ella, sucederán las cosas. Será para otros la ilusión de un encuentro, la expectativa de visitar lugares o conocer sabores nuevos, la inminencia de lo que sea. Su vida seguirá aparente. Abrazará a sus nietas, sonreirá, hablará con amigas, dejará que sus hijos la protejan, tal vez cambie de casa y almacén, despertará de día como siempre, leerá, verá películas, irá a su médico, hará regalos en los cumpleaños. Todo lo que haga será la simulación de un seguir haciendo. Sin él, lo que le quede por vivir ya lo habrá vivido.

viernes, 17 de agosto de 2007

La captura del instante XVIII

De niña fue feliz entre muñecas de porcelana, valsesitos criollos, la ropa con puntillas y domingos en el atrio de la parroquia, después de misa, soltada de la mano de sus padres para jugar al cieloveo. No era evidente otro destino que la felicidad. Creció feliz de un modo tan intenso que a fuerza de ese rigor nunca le fue concebible la desdicha. Vivió feliz, y protegida, el devenir fue cada día grato, un acatado silencio ante el misterio. Envejeció feliz, con nietos a su falda, el campo como un viaje interminable, la atención de los otros, la cordial reverencia, la estima de los sacerdotes y el recuerdo gentil de su marido muerto. Y sin embargo fue capáz de dejarse llevar, y presa de un efecto inverificable para los demás, en la agonía se atrevió a perder la fe. Hoy no dijo últimas palabras, sólo sus ojos abiertos y aterrados.

jueves, 9 de agosto de 2007

La captura del instante -XVII-

Hay un hombre que controla su desesperación eficazmente, suele decirle a todos su sonrisa y cuando cae la gota de rocío desde la hoja del olivo hasta sus párpados antes se aleja; siempre llega a tiempo. Suele apoyar su rostro entre los pechos de una mujer pero nunca le confesará que no es lujuria; ella no ve el engaño, sólo se siente plena porque es fácil para ambos la postura. La soledad se ha vuelto inconfesable, un escarnio o un estigma, síntoma evidente del fracaso. Hoy de mañana toda evocación fue inútil; sin ligazón con el antes o el después la presencia del hombre se bastó para condenarlo. Es que no hay absolución posible cuando nada hay a excepción de ese presente de imposibles adjetivos: ni la piedra que brilló azulada ni el olor de la brisa al distraerse, ni el lunar orgulloso en el rostro olvidado ni la caricia fiel, ni el niño del ayer y tampoco el olivo que lo untará mañana. Sólo él dentro de él solo de él en la comprobación más certera del instante. Por fin le ha llegado la añorada ancianidad. Los tiradores le calzan bien, su hija menor agota felizmente sus caderas y al fin su mujer se ha convertido en su única mujer. Habla menos. Y ese silencio deja espacios que el pensamiento concentra. El orden, la magnitud y la brevedad, son ahora aspiraciones que ya puede no aceptar. Su mujer, antigua, le arroja besos como peldaños tan delicados que la asunción es la forma de la dicha. Es una felicidad que concierne únicamente a su felicidad y lo involucra. No importa más que el brillo de los ojos, la propia vanidad de la alegría, el bienestar del cuerpo. No hay otra cosa que esto. No hay nada más que esto.