jueves, 10 de mayo de 2007
La captura del instante -II-
Es la mañana. Hay plátanos rodeándolos. Hace calor.
Aceptar es la premisa de la que parte todo hijo, dice el hijo
al padre. Aceptar ante todo un orden cronológico evidente
pero que arrastra un engañoso orden jerárquico; aceptar
la herencia como un hecho consumado ante el cual no hay
alternativa; aceptar el origen no como el punto de partida
de la propia evolución sino como la continuidad de los
progenitores; aceptar su verdad como sagrada, ley suprema,
sigue diciendo, con un asco que rabia le da. Cuando este
mecanismo de aceptación es exigido a un límite insoportable
para la inherente voluntad del hijo por su afirmación individual
sucede, siempre, un modo de asesinato, reflexiona, pretensioso,
casi lagrimeando el hijo, y el padre calla. O la rotura del límite
acaba con el hijo o acaba con el padre, y siempre es uno el asesino
del otro, grita el hijo y procura que reaccione el padre. Para
sobrevivir hay que matar. Edipo desconociendo a su padre
y asesinándolo. Hamlet, en una apuesta ciega a la fe por
un padre que le exige lo inexigible, buscando su venganza
para acabar siendo asesinado. La tensión extrema llega cuando
los mecanismos, faltos de prejuicios y pudor ya no están,
susurra el hijo creyendo que lo escucha el padre. Ardua tarea:
no es fácil enfrentarse al enorme esfuerzo de asesinar. ¿Y si se
acaba descubriendo que es uno quien ha sido desde hace ya
mucho tiempo el asesinado?, pregunta el hijo. ¿Y si ya no fuera
posible la futura resurrección? Herederos, siempre hijos, de
una cultura que hace de la crucifixión el paradigma de un
asesinato a venerar, podemos matar porque sabemos que habrá
resurrección. ¿Pero qué sucede cuando se intuye que no puede
haberla? ¿Cuando ya no queda tiempo o no se tienen las
suficientes fuerzas? ¿Es mejor entonces detenerse allí y no
matar? ¿Es posible detener lo que ha comenzado? ¿Cómo
convivir con el riesgo de matar para siempre y con la culpa
eterna? “Papá, por qué‚ me has abandonado?”, dice Cristo
a su padre en el momento anterior a su muerte. ¿Por qué
esta queja? ¿De dónde este reclamo furioso que más que
una pregunta se escucha como un grito aterrador?, ha dicho
el hijo, ante la tumba de su padre.
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Cuando leí esta frase "aceptar la herencia como un hecho consumado ante el cual no hay alternativa" me reconocí en ella. Justamente porque uno a veces no quiere seguír los mismos caminos que ya tiene surcados por sus progenitores y es muy dificil separarse de ellos. Y es cierto también que de un modo u otro, si esto es exigido de manera insoportable, lo cual es muy común, llega un límite que el lazo se corta y se acaba con el hijo o con el padre.
ResponderEliminarCuando uno va descubriendo que no hay resurrección, lo que conviene es que ese corte se genere a tiempo, antes de la propia muerte, a fin de poder reelegir el camino y volver a nacer eligiendo ahora lo que uno verdaderamente quiere. Mientras estemos vivos, no hay caminos inherentes surcados si uno desea modificarlos. Después de la muerte.... quién sabe?